Por: María Eugenia Marengo
Desde Córdoba
@euge_marengo
El jueves 19 de septiembre la montaña comenzó a arder en la zona de Capilla del Monte. Una mecha encendida que aún marca el relieve de los cerros, que cada año suelen transformarse en perlas turísticas de Córdoba. Esa noche el cielo sobre las casas se volvió un manto anaranjado con olor a quemado. Los focos comenzaron a desperdigarse de un lado a otro de la ruta nacional 38. Una chimenea gigante que humeaba sin freno. En una semana se incendiaron casi 50 mil hectáreas cordobesas. En todo 2024, más de 74 mil.
Unas 40 casas destruidas, familias evacuadas, y la desesperación ante lo irremediable se hace un latido común entre brigadistas, bomberos, guardaparques y las vecindades. Un pronóstico de lluvias desalentador y la sensación de que el cerco del fuego nunca se termina. Negocio inmobiliario. Ganadería. Cableado eléctrico en mal estado. Basurales a cielo abierto. El proyecto de la Autovía de Montaña. Las principales razones que dan origen cada año a los fuegos en la provincia de Córdoba se intercalan. Pero nunca cesan.
En casi todas, la necesidad del desmonte –incluso en zonas protegidas por la Ley Provincial de Ordenamiento Territorial de Bosque Nativo– es un factor común que se hilvana en el entramado del modelo productivo y económica actual que avanza sin dar tregua, voraz como el fuego. En otras, la idea de ganar más a costa de precarizar todo lo posible. El monte chaqueño, que ocupa apenas un 3% del norte cordobés, necesita de mínimo un ciclo de 80 años para recuperarse.
Córdoba, tierra arrasada
En un incendio, los montes pueden levantar una temperatura superior a 400 grados. El sonido impresiona cuando el fuego avanza. “Si se cayó un quebracho o un algarrobo, y hay suelo barroso, está cocinado como un ladrillo. En los quebrachales, puede subir hasta más de 1000 grados. En una casa, hasta los 1500”, explica Duncan Hogg, guía de montaña, paramédico y bombero profesional, a cargo de las guardias en el Cerro Uritorco.
Cada año, el final del invierno es el momento de mayor riesgo. Ya se sabe. Pero las respuestas del gobierno provincial siguen siendo insuficientes. El desastre ecológico también radica en la bifauna, ya que es el momento de nidificación de las aves. El ecosistema que subyace para que la vida continúe su ciclo en equilibrio fue alterado.
Con viento a favor, un fuego en un pajonal puede correr 30 metros por segundo. Las consecuencias ambientales también afectan a la producción apícola. “En la zona que se quemó había nidos silvestres de las abejas que viven hace millones de años, que también tienen propiedades medicinales, sin reemplazo. Con ellas muere el bienestar, la cultura, el alimento, la medicina y los saberes de los pueblos. Las abejas son un símbolo de prosperidad para el noreste de Córdoba”, define Melisa Geisa, Doctora en Ciencias Biológicas, investigadora, docente y apicultura de San Marcos Sierras..
FUENTE: DIARIO TIEMPO ARGENTINO TIEMPOAR
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