Cuando se clausuraba la fiesta deportiva de Río de Janeiro, recibí de regalo Historias Insólitas de los Juegos Olímpicos, libro de Luciano Wernicke, editado por Planeta. La gentileza corresponde a Toni Bou, amigo catalán, de paso por Paraná, con su amable esposa Núria. Por supuesto hablamos de deportes y coincidimos en el pronóstico de que íbamos a extrañar el estar pendientes de los resultados, de apreciar alegrías y desazones, con tensiones contagiosas. Núria y Toni siguieron viaje. A mí me quedó la investigación del licenciado en periodismo, que confirma que la competencia por excelencia tiene un recorrido vinculado al andar de la humanidad.
Wernicke contextualiza los Juegos antiguos y modernos y rescata pormenores singulares. Empezaron en el año 776 antes de Cristo, con una prueba de 192, 28 metros, ganada por un tal Coroebo, cocinero de oficio. En la primera etapa se extendieron hasta el año 394 después de Cristo, cuando fueron abolidos por el emperador romano Teodosio El Grande, a pedido de San Ambrosio, obispo de Milán, que consideró a los Juegos inmorales y promotores del ateísmo.
Consumidos 15 siglos, Pierre de Coubertin reanimó la convocatoria. La cita fue en Atenas, en 1896. Se presentaron sólo 176 atletas, de once naciones, que actuaron en nueve deportes y 43 disciplinas. La política, la economía, las guerras, los reglamentos controvertidos y la eventualidad indomable, influyeron directa o indirectamente en los Juegos Olímpicos. Saltando obstáculos, en Beijing 2008, se produjo el gran éxito por la participación de los 206 países del planeta.
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Dijo Eduardo Galeano que no se sabe cómo hizo Wernicke para sobrevivir a tanta indiscreción para elaborar centenares de relatos, con episodios rescatados, de cada una de las secuencias de los Juegos modernos, contenidos en un libro que aumentará sus páginas cada cuatro años. Por ahora están, por ejemplo:
*1936. Berlín. La delegación española ya estaba instalada en la Villa Olímpica. Recibió la orden de regresar a su país, porque un golpe de Estado fascista intentaba derrocar al gobierno republicano. La guerra civil desatada duró hasta el 1 de abril de 1939. Los deportistas olímpicos, en su mayoría, se incorporaron a uno de los dos bandos y varios murieron en combate o por la represión posterior del dictador Francisco Franco.
*1948. Londres. Se anotó la India, que no había participado con anterioridad. En fútbol tuvo como rival a Francia. La sorpresa consistió en que los jugadores asiáticos se presentaron descalzos, pese a la obligación reglamentaria en contrario. Perdieron 2 a 1 pero no defraudaron y se inscribieron para el Mundial de 1950, en Brasil. Les avisaron que los botines eran imprescindibles. Los muchachos no aceptaron alterar su cultura futbolera, adquirida en baldíos y calles de Nueva Delhi y Bombay. Prefirieron quedarse en casa y respetar la tradición.
*1956. Melbourne. La guerra fría enfrentaba a Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Checoslovaquia funcionaba en la órbita de Moscú. El estadounidense lanzador de martillo Harold Connolly y la discóbola checa Olga Ficotová se enamoraron. Expusieron su situación y se casaron tras ardorosas negociaciones de embajadores y mediadores de buena voluntad. Padrinos de la boda fueron en gran Emil Zátopek y su mujer. Zátopek era disidente del régimen. Firmó una declaración contra la invasión soviética; lo degradaron como oficial del ejército y lo nombraron barrendero de calles.
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Por Wernicke, nos enteramos del campeón de tiro al blanco que perdió su mano derecha y aprendió a disparar con la izquierda, para ganar la medalla dorada. Del maratonista que debió desviarse del trazado establecido para eludir a un perro enfurecido. Del regatista que abandonó su bote para salvar a dos rivales a punto de ahogarse. Del descubierto ardid para eludir el control antidoping, con orina falsa. Ahora debe estar fichando cuestiones llamativas, no técnicas, de los Juegos Olímpicos 2016, los que por primera vez se realizaron en Sudamérica, con examen aprobado.
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La furia nacionalista no desbordó a 200 millones de brasileros, de los que 12 millones son habitantes de Río de Janeiro. La seguridad fue resguardada, la organización no recibió mayores reproches y los conflictos políticos y sociales dieron tregua durante los Juegos Olímpicos. En fin, la prejuiciada tormenta de inconvenientes se diluyó en escaramuzas de rango menor, aunque los problemas no desaparecieron y se manifestarán más temprano que tarde. Lo que confirmó Río fue la asistencia de 11.500 atletas, de 206 países, para competir en 28 deportes, divididos en 306 especialidades. En materia de medallero, las doradas se concentraron: del puesto uno al séptimo sumaron 157 preseas, equivalentes a un poquito más del 50 por ciento de las 306 asignadas. La Argentina se ubicó en el vigésimo séptimo (27) lugar. De la región la precedieron Brasil, Cuba y Colombia. De las 206 naciones, 87 subieron a algún sitio del podio. Las restantes 119 quedaron zapateras.
El amateurismo es cosa del pasado. Son pocos los países que no fijan premios en efectivo. Los argentinos que conquistaron medallas no se fueron con los bolsillos vacíos de pagarés, de acuerdo a lo determinado por el Comité Olímpico que representan. A la judoca Paula Pareto le tocan 75 mil dólares; los navegantes Cecilia Carranza-Santiago Lange se repartirán una cifra similar; el equipo de hockey sobre césped dividirá 350 mil dólares entre sus 18 integrantes, a razón de unos 19.400 dólares para cada uno de los que se colgaron la medalla de oro. A Juan Martín del Potro, por la plata en tenis, le corresponden 35.000 dólares, en todos los casos cambiados a pesos de curso legal. En los extremos, Gran Bretaña sólo respalda la gloria deportiva, sin remuneración complementaria, mientras Singapur ofrece más de 700 mil dólares al que logre una dorada, por ahora utópica.
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Para el libro de Luciano Wernicke pueden consignarse dos microhistorias registradas en Río de Janeiro 2016. Una es el caso de la ciclista cordobesa María Gabriela Díaz, que corrió en un ondulado circuito. Ocupó el último lugar, muy lejos de la anteúltima. Sin ponerse colorada admitió que hace poco sufrió doble fractura de clavícula, con persistencia de dolores todavía vigentes. Lástima que no le preguntaron por qué no abrió la vacante a otra deportista sana y por qué provocó gastos para el erario público. Para compensar, la nota de color con desenlace feliz: ¡Sáquenme de aquí! Gritó Juan Martín del Potro cuando quedó encerrado en el ascensor de la Villa Olímpica. Por el pánico, los segundos le parecieron horas, hasta que manos solidarias lo sacaron de la caja inmóvil, como en la obra de teatro que protagonizaron Ricardo Leguízamo y Rubén Clavenzani.
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Prometeo le quitó el fuego a los dioses, para ponerlo a disposición de los seres humanos. En 2020, la llama será llevada de Grecia a Japón, siempre encendida para mantener la leyenda de que si se apaga el mundo se infectará de desgracias terminales. Si de augurios se trata, mi deseo personal es que el básquet argentino encuentre lungos y anchos, del tipo Fabricio Oberto y Rubén Wolkowyski, para que al retiro de la generación dorada no se sume el déficit de marca y rebotes, evidenciado en Río 2016.
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