Hace 190 años en la ciudad de Tucumán culminaba el proceso de la Independencia, la Argentina emergía de una guerra terrible contra los Reyes de España, derrotándola pese a la superioridad militar y de recursos.
Un proceso que había comenzado en 1806, cuando los criollos también derrotaron a la otra potencia mundial, el Reino de Inglaterra.
Pero también sucedía otra cosa en Tucumán: hombres de todos los colores políticos, religiosos que ejercían también de ciudadanos, civiles y militares, discutían y se enfrentaban en terreno de las ideas y lograban un objetivo común: parir una nación.
La soberanía ERA EL BIEN MAS PRECIADO.
Hoy a 190 años, pese a que los vientos de la historia soplan a favor de los pueblos, aun que con titubeos y a veces erráticamente, la realidad demuestra que el sueño de la unidad latinoamericana y la defensa de la soberanía no son ni una utopía ni una aventura populista. Los hermanos y hermanas de Bolivia están dando una lección al mundo entero.
En cambio en nuestro país continua la corrupción mas ruin, la de hundir en la miseria a gran parte del pueblo, en la nación del trigo y las mieses, por el vergonzoso método de asociarse con los mercaderes de las multinacionales para rifar el patrimonio del país y rematar la naturaleza.
Sin lugar a dudas que se ha superado la crisis del corralito. Pero este modelo, simplemente deja afuera del contrato social a la mitad del país. Los índices sociales del Nor Oeste Argentino son peores que los de Haití.
Y mientras esto sucede, la Argentina sigue expulsando población, en un goteo hemorrágico, mientras unos pocos afortunados logran regresar.
El gobierno del Dr. Kirchner ignora a los despatriados, como si no fuéramos argentinos y argentinas, como si no tuviera nada que ver con nosotros. Excepto una recepción para 200 privilegiados en la Embajada, realizada cuando ya se habían firmado todos los acuerdos con el Reino de España, acuerdos en los que no pintamos nada: cero zapatero. Un poquito de jamón, un discurso de los habituales, estirando el rédito de su justa política de Derechos Humanos hacia las victimas del genocidio. Pero parece que los emigrantes, o no somos humanos o no merecemos esos derechos.
Hay poco que celebrar este 9 de julio, pero aun podemos aprender de esa parte de nuestra historia, no para el lucimiento “cívico”, sino para la vida cotidiana.
Al Gran pueblo argentino SALUD¡¡¡
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