De Mataró a Entre Ríos: Antoni Cuyás i Sampere, el General Urquiza y Giuseppe Garibaldi
Cristina Ambrosini cristinaambrosini@yahoo.com.ar
Web de Cristina Ambrosini: epicureanos.blogspot.com/
Durante las invasiones inglesas (1806-1807) dos hijos de Mataró (Catalunya) se destacaron en la defensa de la ciudad: Domingo Matheu (o Mateu) y Juan (Joan) Larrea, pasando ambos al Olimpo de los héroes de la Patria. Por la época, otro compatriota de Mataró cruza el océano para dedicarse a la piratería, el comercio de esclavos, las finanzas y finalmente las relaciones internacionales en la Confederación Argentina como agente político y confidente del General Urquiza: Antonio Cuyás y Sampere (Antoni Cuyàs i Sampere). Este antiguo corsario, llega a ser un promotor del progreso de Entre Ríos, fundando colonias agrícolas, abriendo escuelas y fomentando las buenas relaciones con los Estados vecinos y España. No es de descontar tampoco que, como otros indianos, hiciera importantes donaciones también para los desaventajados de su comunidad natal. Durante su estancia en Gualeguay se encuentra con otro aventurero: Giuseppe Garibaldi el que podría deberle la vida, por partida doble, a la hospitalidad catalana en la zona. En este artículo aludiremos al encuentro entre estos dos personajes emblemáticos, exponentes de una época donde se entretejían las ideas libertarias y los negocios políticos.
Las relaciones entre España y la Confederación Argentina, luego de la emancipación, no dejó de ser conflictiva ya que, por un lado, el sistema de la monarquía hispana fue catalogado como el origen de todos los males, atrasos y deficiencias por los jóvenes revolucionarios pero, por el otro, era necesario contar con el reconocimiento por parte de la antigua metrópoli. Tal reconocimiento era una condición necesaria (aunque no suficiente) para la consolidación de la Confederación como Estado. La situación no cambió cuando asomó a la escena pública la generación del 37, hija de los próceres de la Independencia. Francia, en cambio, destronado el último Borbón por la revolución de julio de 1830, era el paradigma del liberalismo progresista.
"A España le debemos cadenas, a Francia libertades", decía Juan Bautista Alberdi en 1837. En su Diario, Juan Thompson se preguntaba: "(...) ¿Triunfará el godismo? No, no, virgen de Mayo, tú eres bella e invencible; yo veo tu frente coronada en las estrellas de tu hermoso cielo; veo muerto a tus pies el león de Castilla que huyó malherido del campo de Ayacucho". A su vez, Florencio Varela afirmaba categóricamente respecto de España: "Nación atrasada que no puede servir de modelo".
Los desaciertos del gobierno español y la crisis de la monarquía borbónica en Europa, eran motivos suficientes en el Río de la Plata para abjurar de la Madre Patria. Por esos años, el gobierno de Rosas no había demostrado interés en negociar su reconocimiento con el reino de España, en cambio el gobierno de Montevideo sí lo había hecho. A raíz de un tratado firmado en 1841 y de las posteriores negociaciones del gobierno español con el de Montevideo, en 1845 se envió desde Madrid un cónsul general con destino a la capital oriental. El cónsul se llamaba Carlos Creus, y portaba plenipotencias ante los gobiernos tanto de Montevideo como de Buenos Aires, por si existiese la posibilidad de que también la Confederación Argentina llegara a entrar en relaciones con España. A pesar de las declamaciones de amistad expresadas por el gobierno de Buenos Aires, la numerosa y crecientemente importante comunidad española de Buenos Aires estaba lejos de hallarse en una situación cómoda durante la época. Bajo la excusa de no hacer diferencia alguna entre españoles y criollos, Rosas imponía a los residentes españoles toda clase de cargas, incluso las del servicio de armas. Uno de los miembros más relevantes de la colectividad hispana, el impresor madrileño Benito Hortelano (llegado a Buenos Aires en 1850), contaba que "todos los compatriotas usaban chaleco y divisa con el color y los lemas del partido oficial, por temor a ser degollados o verse encarcelados."
En este período, al igual que en otros anteriores a la Independencia, fueron los catalanes los que marcaron una nota distintiva con su actuación política en la nueva patria. Las malas condiciones que debían soportar los residentes hispanos en Buenos Aires contrastaban notoriamente con las que disfrutaban en la provincia de Entre Ríos, gobernada por el archienemigo de Rosas, el general Justo José de Urquiza. El comercio y la industria de esta provincia del Litoral se hallaban, en buena medida, manejados por catalanes. Entre ellos pueden figurar como los primeros, Esteban Baster, Valentín Rams, Mateo Carbó, Mariano Rams, Esteban Comaleras, Francisco Cordoneda, Felipe Baucis y su hermano Joaquín, Ramón Puig, Bonosio Rubert, Gregorio José de la Puente, Antonio Parera, José Beleby, Domingo Clariá, José Llorens y Francisco Puyadas. La buena disposición evidenciada por Urquiza hacia esta comunidad progresista se vio reforzada por el estrecho vínculo que estableció con el ahora hacendado catalán Antonio Cuyás y Sampere quien llegó a ejercer una gran influencia sobre el gobernador entrerriano. El 3 de mayo de 1851, dos días después del histórico pronunciamiento de Urquiza por el cual la provincia de Entre Ríos le quitaba a Rosas las facultades de representación de las relaciones exteriores que le había delegado, Cuyás y Sampere dirigió desde Montevideo un largo oficio al ministro de Asuntos Exteriores de España. En dicho oficio informaba que desde tiempo atrás procuraba inculcar en Urquiza el convencimiento de que España era amiga natural de las nuevas repúblicas americanas por sus lazos de sangre, y que el interés de Hispanoamérica consistía en estrechar vínculos con la Madre Patria más que con las demás naciones europeas. Decía Cuyás y Sampere:
Mis raciocinios sobre este punto hallaron siempre apoyo y simpatía en el joven general Urquiza; simpatía que ha ido agrandándose a medida que su capacidad política y militar, la energía de su carácter, y la fortuna que tampoco ha cesado de sonreírle, lo han colocado en la altura en que se halla, llamando la atención de cuantos estudian los acontecimientos de esta parte de América, no menos que despierta los celos y llena de alarma a su terrible rival el general Rosas.
Hoy, a impulsos de su patriotismo y ardiente deseo de dar la paz a estos países, se prepara a derribar la terrible Dictadura que llenó de oprobio y es aún el tormento de varios poderes de primer orden de Europa. (Oficio de Cuyás y Sampere al Ministro de Asuntos Exteriores de España y Primer Secretario de Isabel II, en A. Cuyás y Sampere, op. cit., Apéndice documental, pp. 331-336)
Pronto Urquiza cumpliría con las expectativas que Cuyás y Sampere había depositado en su poder. El 17 de julio de 1851 y desde la localidad de San José, el gobernador entrerriano decretó la excepción del servicio militar para los residentes españoles en el territorio de su provincia. No debemos desconocer que los conflictos entre Rosas y Urquiza respondían a cuestiones económicas más que ideológicas, especialmente dado el rápido enriquecimiento del caudillo entrerriano originado en el contrabando de mercaderías desde el litoral argentino evadiendo la política monopólica del puerto de Buenos Aires.
Según la historiadora Beatriz Bosch, Urquiza "poseía a esa altura de su vida (1850) notables dotes de gobernante, siendo además reconocido como primera espada de la Confederación, asignando un sentido paternalista a su misión y entendiendo que su pueblo necesitaba un tutor". El general era un hábil militar y un firme gobernador, pero también un consumado comerciante. No solamente era el hombre más rico de Entre Ríos, sino también el distribuidor de la riqueza de los entrerrianos; nadie podía faenar ni exportar sin su autorización. Era el mayor propietario de campos en la provincia, el fletador de los buques de cabotaje y monopolizador de los saladeros, y no había tenido los escrúpulos de Rosas para cerrar sus negocios al llegar al gobierno. Afirma que "el secreto del enriquecimiento entrerriano estaba en el largo sitio de Montevideo", adonde, desde 1847, las balleneras de cabotaje entrerrianas llevaban carne o ganado y volvían con mercaderías europeas que eran reexpedidas inmediatamente a Buenos Aires como de procedencia "interior", eludiendo las prohibiciones y altos aforos de la Ley de Aduanas, retornando a Entre Ríos con grandes cantidades de oro que, posteriormente, era vendido en Montevideo, volviendo a violar la ley porteña que prohibía la salida de metálico al exterior, pero no hacia otras provincias”.
Para estos "tráficos irregulares", Urquiza contaba con la colaboración de dos comerciantes catalanes: Esteban Rams y Rubert, en Buenos Aires, y el ya mencionado Antonio Cuyás y Sampere, en Montevideo; este último actuaría luego también como su agente político ante personajes influyentes en Río de Janeiro y Montevideo. Ante este perjuicio no solo a Buenos Aires, sino también a la Confederación porque le extraía su oro, abarrotaba el mercado interno con productos extranjeros que competían con los nacionales y abastecía a los enemigos en Montevideo, en 1849 Rosas ordenó al Capitán del Puerto de Buenos Aires que negara licencia para cargar oro en buques con destino a Entre Ríos y descargas de barcos de esa procedencia con mercaderías extranjeras. Urquiza protestó, invocando la felicidad de su provincia en el librecambio y su gloria federal adquirida en las guerras y ante la inminencia de otra contra Brasil. Pero el Restaurador no levantó la medida. Esto contribuyó más aún al distanciamiento entre ambos, pudiendo ser uno de los motivos del Pronunciamiento. Pocos meses después, el 5 de enero de 1851 en el periódico La Regeneración de Concepción del Uruguay aparecía un artículo con el título: "El año 1851", que entre otras cosas sostenía que ese año sería llamado en esta parte de América el de la "organización", anunciando así la revolución. En el mismo mes, Urquiza enviaba a Montevideo a Antonio Cuyás y Sampere, el ex corsario enriquecido por sus actividades durante la guerra contra el Imperio del Brasil y propietario de campos en Gualeguay. Cuyás y Sampere se convirtió en amigo personal y agente confidencial de Urquiza ante los gobiernos de Montevideo y Río de Janeiro. Sus actividades comerciales y negocios de corretaje en la capital oriental le permitían un permanente contacto tanto con ministros y diplomáticos uruguayos como con antirrosistas emigrados de la Confederación Argentina, a quienes reveló los propósitos de Urquiza en contra de Rosas. Entre los interlocutores de Cuyás y Sampere estaban el ministro oriental Manuel Herrera y Obes y el emigrado porteño residente en Montevideo, Valentín Alsina, director de El Comercio del Plata y acérrimo enemigo de Rosas. Asimismo, Urquiza contaba con dos contactos adicionales en la misma ciudad de Montevideo para estar al tanto de los acontecimientos que ocurrían en la capital oriental, Francisco Echenique y Francisco Muñoz.
Unos años antes, entra en escena otro personaje legendario: Giuseppe Garibaldi (Niza, 1807-Caprera, Italia, 1882) quien, entre 1836 y 1848 vivió en Sudamérica, donde participó en varios acontecimientos bélicos, siempre al lado de quienes combatían por la libertad o la independencia, también en contra de Rosas.
Condenado a muerte en Italia por su militancia en el movimiento encabezado por Mazzini, Garibaldi logra escapar embarcándose rumbo al Brasil donde, en 1836, se alistó en un movimiento revolucionario que proclamó una efímera República de Río Grande del Sur, bajo cuya bandera actuó como corsario en una embarcación a la que con un grupo de italianos bautizaron “Mazzini”. Haciendo valer sus patentes de corso se apoderaron de una embarcación de 120 toneladas cargada de café y azúcar con la que pensaban llegar al puerto de Maldonado. Al enterarse el gobierno de Montevideo, ordenó perseguir a estos piratas italianos, los que luego de rechazar un enfrentamiento, donde Garibaldi resultó gravemente herido de una bala en el cuello, huyeron internándose en los riachos del Delta. En tan difícil circunstancia, con varios heridos, sin víveres y la nave averiada, providencialmente, se encontraron con el acaudalado comerciante catalán Jacinto Andreu, residente en Gualeguay quien les dio protección y alojó a Garibaldi en su casa. Enterado el gobernador de la presencia de un prófugo de la justicia, mandó detenerlo, dándole el pueblo por cárcel, con la obligación de presentarse todas las mañanas en la Comandancia, y también mandó a su cirujano personal, Dr. Ramón del Arca, quien extrajo la bala y lo atendió hasta curarlo completamente. Prontamente restablecido, gracias a la hospitalidad de la villa que tenía por cárcel y a la fortaleza de sus 30 años, con su larga, rubia y sedosa cabellera nazarena y una barba de reflejos rojizos, según cuenta Mitre, el prisionero sedujo a los pobladores y tomó contacto con varios políticos de la zona, entre otros con Antonio Cuyás y Sampere con quien debatió sus ideas progresistas y animó los días de cautiverio. Pero la vida apacible del villorio no era el escenario adecuado para este joven revolucionario, pobre y de ignorados antecedentes. Con la ayuda de Andreu y otros vecinos, entre los que imaginamos a Cuyás y Sampere, inicia una fuga que resulta frustrada por el severo Comandante Millán quien al grito de “Gringo y masón había de ser el hijo ‘e……” cuando ordenó su persecución, logró que lo detuvieran y devolvieran a Gualeguay. Ya en su despacho, le propinó varios latigazos al futuro creador de la República Italiana para obligarlo a dar los nombres de los vecinos que lo ayudaron en la fuga. Al no conseguirlo, ordenó colgarlo por las manos de la cumbrera del techo y, al persistir el mutismo, luego mandó ponerlo en el cepo. La sesión de tortura culminó cuando Jacinto Andreu, intercediendo a favor del preso, confesó su participación en la frustrada fuga. Por informes de Cuyás y Sampere, el gobernador Pascual Echagüe rescató a Garibaldi de las penosas sesiones de tortura cuando ordenó trasladar al ilustre reo a Paraná, ciudad donde recobró su libertad para, desde allí, embarcarse a Montevideo. Sus aventuras por estas partes del mundo se prolongaron hasta 1847, año en que retornó a Italia donde consumó su destino histórico.
Según cuenta Cuyás y Sampere “una de las manos del gran italiano quedó inutilizada, llevando a Italia este triste recuerdo de su verdugo, el bárbaro Comandante Leonardo Millán”. La reacción popular a favor del huésped de la villa fue la que indujo a Millán a autorizar la atención médica del prisionero y a recibir la atención de un grupo destacado de damas para quienes Garibaldi, en sus memorias, tiene palabras de gratitud.
Como recuerdo de esta aventura nos quedan los escritos del propio Garibaldi, los relatos de Cuyás y Sampere, una placa recordatoria de la estancia del héroe italiano en el solar hoy ocupado por el Banco Mesopotámico de Gualeguay donde se lee “A Giuseppe Garibaldi che soggiornó in questo lugo l’anno 1837, la colonia italiana dedica nel 1º centenario della sua nasita – Gualeguay, 4 iuglio 1907” y la cumbrera de palma, donde fue torturado el guerrero italiano en la Comandancia Militar, rescatada de la demolición por los miembros de la Sociedad Italia, ahora conservada en el Museo Histórico de la misma ciudad.
Fuentes consultadas
Ricardo Altiner, Prisión y fuga de Garibaldi en Entre Ríos, en TODO ES HISTORIA, Nº 222, octubre de 1985, pp.73-78
Beatriz Bosch La Primera colonia Agrícola Argentina Artículo publicado el Domingo 09 de agosto de 1981, en La Prensa de Buenos Aires, 4 col., en www.zingerling.com.ar/obras/aaron/beatrizbosch.htm
Antonio Cuyás y Sampere, Apuntes históricos sobre la Provincia de Entre Ríos, Mataró, 1888, citado en Jordi Carrión La pell urbana Mataronins a l’Argentina http://www.capgros.com/portal_capgros/report/archivos_noticias/Pellurbana90.pdf
http://www.aguafuertessanjuaninas.diarioelzonda.com.ar/22.htm
http://www.pensamientonacional.com.ar/biblioteca_josemariarosa/Pronunciamiento/
http://www.cema.edu.ar/ceieg/arg-rree/4/4-049.htm
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